Negocios y biberones - Portada del libro

Negocios y biberones

Bailey King

Tan simple como 1, 2, 3. O eso es lo que parece.

Alto. Guapo.

Pelo castaño. Ojos verdes. Bastante formal.

Deslumbrante.

Allí estaba Sebastian Coleman, disgustado consigo mismo por tener que recurrir a...

Esto.

Miró fijamente a la mujer que tenía delante durante un momento antes de escudriñar el interior del pequeño apartamento de mala muerte, y luego volvió a mirarla.

—¿Estás perdido? —preguntó Peyton, ya que la gente como él no pertenecía a lugares como éste.

Sin embargo, el tipo misterioso se limitó a mirarla con desprecio antes de empujarla y entrar en su casa. La ira recorrió a Peyton.

—¡Oye! ¿Quién te crees que eres? ¡Mira, no sé qué pasa contigo, pero esta es mi casa! No tienes derecho a entrar aquí como si fueras el dueño.

Sebastian se limitó a sentarse en su sofá, en silencio y le hizo un gesto para que se uniera a él en la silla de enfrente.

—¡Siéntate! —le ordenó, y Peyton lo miró con desprecio, cruzándose de brazos y negando con la cabeza.

—Te lo explicaré cuando te sientes. —dijo, frustrado.

Peyton le hizo un gesto para que hablara.

Se quedaron en silencio durante un minuto antes de que finalmente Peyton se sentara, poniendo los ojos en blanco.

—¿Quién eres y por qué estás aquí? —preguntó. No estaba de humor para esto.

Este tipo parecía demasiado elegante para estar en esta parte de la ciudad, y Peyton tuvo la sensación de que quería algo de ella.

—Estoy aquí para hacerte una oferta —respondió, entrelazando sus dedos de forma comercial.

Peyton comenzó a cuestionar su propia cordura por no haberlo echado de su casa todavía.

—Bien… ¿Y tú eres?

Ahora era él quien no entendía nada.

—¿No sabes quién soy?

Ella negó con la cabeza y él evitó reírse.

—Sebastian Coleman. Ahora, quiero hablarte sobre la oferta.

—¿Una oferta?

Asintió con la cabeza y la miró con un poco de desprecio por haber interrumpido su pequeño discurso.

—Te he estado observando durante un tiempo y quiero ofrecerte algo.

Peyton enarcó una ceja y esperó a que continuara. Estaba hablando con un tono absolutamente comercial.

—Necesito algo de ti, y por lo que parece… —Echó un vistazo al piso con disgusto—, necesitas lo que tengo que ofrecerte.

Antes de que Peyton pudiera decir algo sobre lo descaradamente grosero que era, siguió hablando.

—Es simple. Te dejaré embarazada, y luego tendremosque casarnos. Tendrás el niño y después de un año de matrimonio nos separaremos y te daré 1,5 millones de dólares.

Peyton no podía creer lo que estaba escuchando y lo miró con asco.

—¿Es esto una especie de broma? ¡No soy una prostituta! No. ¡De ninguna manera! Has sido un maleducado y encima te atreves a mirarme con soberbia, despreciándome a mí y a mi casa.

Puso los ojos en blanco, sintiendo que estaba siendo demasiado dramática mientras esperaba que dejara de despotricar.

—Es muy importante que digas que sí. Piénsalo así: no tendrás que vivir en una caja de zapatos ni trabajar como una esclava como lo haces ahora.

Incrédula, le miró fijamente, negando con la cabeza. No podía creérselo.

—Eres rico. ¿Por qué no le pagas a una prostituta? ¿Por qué yo?

Extremadamente ofendida, se levantó y se dirigió detrás de la pequeña barra de la cocina.

Él se levantó y la siguió, poniéndose frente a ella; desprendía autoridad y poder, una serie de emociones turbias que se acumulaban en sus ojos verdes.

—Porque no me voy a acostar con una prostituta, y mucho menos voy a permitir que lleve a mi hijo.

Peyton suspiró. Un millón y medio de dólares era mucho dinero, mucho, y era algo que en estos momentos le venía muy bien.

—Entonces, si digo que sí, lo cuál no estoy diciendo que vaya a ser así… —añadió rápidamente al ver que sus ojos se llenaban de esperanza—. Y hacemos todo esto, nos divorciamos y cada uno va por su lado, y yo recibo mi dinero. ¿Qué pasará con nuestro hijo entonces?

Como si fuera lo más sencillo del mundo, Sebastian dejó escapar un bufido antes de responder:

—Se quedará conmigo.

Peyton no podía creerse a este tipo.

—No. Se quedará con los dos en días diferentes.

Sebastian quiso objetar, pero sabía que realmente necesitaba que ella aceptara, o de lo contrario lo perdería todo.

Así que, con un largo y exagerado suspiro, aceptó, asintiendo con la cabeza, y esperó a que finalmente le diera una respuesta. Había estado investigándola, sabía incluso donde había estudiado; sin embargo, todo lo anterior a la época de sus estudios era imposible de rastrear. Casi como si simplemente hubiera aparecido un día y hubiera decidido ser la persona más inteligente de su universidad, sin ningún pasado. No había rastro de su familia, ni de dónde había nacido, ni nada; por lo tanto, el hecho de que también necesitara dinero la convertía en la elección perfecta.

Sebastian la había observado durante muchas semanas y descubrió que era una persona que reciclaba, que tenía dos trabajos en los que trataba con gente desagradable y que no haría daño ni a una mosca. También se fijó en cómo miraba con anhelo a cualquier señora que tuviera marido e hijos, o a las mujeres embarazadas, y ese hecho le decía que era una elección perfecta.

Pudo percibir que consideraba su oferta así que no se preocupó en darle demasiados detalles.

Ella no necesitaba saberlo todo.

—Sólo un año, ¿verdad? —dijo con duda, mirándolo con cautela.

Asintió con la cabeza.

—Un año y luego cada uno por su lado.

Con las emociones a flor de piel, accedió con un simple: —De acuerdo.

Sebastian sonrió al escucharla y sacó el teléfono del bolsillo de su traje para decirle a Mike que se viniera a buscarlo a primera hora de la mañana.

—Muy bien, pongámonos a ello. Cuanto antes, mejor. —Los ojos de Peyton se abrieron de par en par al darse cuenta de lo que acababa de decir.

—¿Ahora?

Sebastian asintió mientras se encogía de hombros.

—Sí, te prometo que antes dejaré que admires mi magnífico cuerpo.

Peyton se quedó con la boca abierta cuando Sebastian la llevó a la primera y única habitación que encontró, que resultó ser la suya.

—Y recuerda que esto es un negocio. Un negocio estrictamente relacionado con el bebé. —dijo ya pensando en el berrinche que le iba a dar cuando le diera el contrato para firmar.

Bueno, en realidad ella ya había aceptado y él lo había grabado todo.

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