Huyendo del Alfa - Portada del libro

Huyendo del Alfa

Katlego Moncho

¿Amigos o enemigos?

ROYCE

Precioso.

Poderoso.

Su cabello fluía como seda dorada, e incluso desde donde me encontraba podía ver el verde de sus ojos, brillantes y alegres.

Hacía cinco años que Juniper Evigan, la hija del Alfa, había desaparecido. La gente especulaba con que había huido para convertirse en una renegada tras fracasar en su intento de transformación. Otros decían que había sido asesinada por su padre y que su cuerpo había sido abandonado a la naturaleza y al tiempo.

Fue una tragedia.

Cuando aquel día entré en el claro y vi a Dayton y a mi hermano, Jacob, acorralándola, me sentí mal. Sin embargo, se marchó antes de que pudiera hacer nada, barrida, para no volver a ser vista.

Sin embargo, aquella extraña me recordaba mucho a ella.

¿Era posible?

¿Se había quedado Juniper en Litmus, escondida?

Tenía sentido, sobre todo por todas las amenazas que la madre de Dayton anunció que ocurrirían si alguien, incluido Dayton, volvía a acercarse a ella o a su casa. Todo el mundo lo había perdonado por considerarlo ira y odio por lo que le había pasado a su pareja y a su nieta.

¿Y si nos hubiéramos equivocado?

Primero divisé su pelo entre los árboles y seguí el sonido de sus pasos. Entonces el viento creció de forma anormal, azotando todo a nuestro alrededor hasta que las nubes se dispersaron. Ella estaba abajo, empapándose de la repentina luz con los brazos extendidos.

Lo supe de inmediato. Supe que era especial.

Sabía que tenía que llegar a ella.

—¡Tú!

En mi precipitación por acercarme, rompí las ramas que me bloqueaban el paso y casi tropecé con un tronco.

—¡Espera!

Se sobresaltó y se giró. Sus ojos eran impresionantes, cautivadores.

Parecía horrorizada y se dio la vuelta para marcharse, con los músculos en tensión, preparada para correr. Pero yo fui más rápido. Para cuando dio un paso en la otra dirección, yo ya estaba a su lado, bloqueando su ruta de escape.

—¿Eres...? Quiero decir, eres Juniper Evigan, ¿verdad?

La chica parecía dispuesta a negarlo, pero yo sabía que tenía razón. Tenía los ojos muy abiertos y la boca herméticamente cerrada. Podía oír débilmente el latido de su corazón.

—Sé que lo eres. Te reconozco —sonreí, esperando parecer amable. No quería asustarla.

—No... no lo soy. No sé de quién estás hablando —balbuceó. Miró hacia abajo, sus mechones rubios cayendo para cubrir su cara.

—Soy Royce. No debes tener miedo.

Se mofó, y yo sonreí más.

—Tus padres tenían algunas fotos guardadas, aunque sospecho que eran más de tus abuelos que suyas.

La mueca Juniper se ensanchó.

El viento volvió a soplar, los árboles crujieron y chirriaron peligrosamente. Miré a mi alrededor, el viento repentino me azotó el pelo. Era como si el mundo reaccionara a sus emociones.

JUNIPER

Sentía que el corazón se me iba a salir del pecho.

Lo había estropeado todo.

Nunca debí haber salido. Debí haberme quedado en casa, en un lugar seguro, donde podía pasar las horas mirando por la ventana. El viento se arremolinaba a mi alrededor, casi cortando mi piel.

Respira, June —dijo Star—. ~No estás sola. Respira.~

Me aferré a la voz de Star, utilizándola como ancla para centrarme. Sentí que me calmaba un poco cuando el viento disminuyó, dejando atrás un inquietante silencio.

El desconocido me miró, sus ojos brillaron con fascinación.

Debía huir. Debía escapar lo más lejos y lo más rápido posible. Debía correr a casa, hacer una maleta y partir hacia la estación de autobuses más cercana antes de que mi padre se enterara de que todavía estaba en su territorio.

Pero la forma en que él me sonreía... Podría contar con una mano el número de personas que me miraban como si yo importara. Como si fuera alguien relevante.

¿Qué debemos hacer? —pregunté a Starlet. Su respuesta fue lenta y poco útil.

No lo sé.

—¿Star? —inquirí de nuevo, pero se mantuvo obstinadamente callada.

Volví a centrar mi atención en el extraño que tenía delante. Era alto pero no muy ancho. Sin embargo, había algo intimidante en él. Tenía poder, pero ¿qué era?

—¿Qué quieres?

—Te he estado buscando, para ser sincero.

Di un paso atrás, con las hojas arrastrándose bajo mi zapato.

—Quería que eso sonara menos siniestro.

—¿Quién eres?

—Soy Royce.

—He oído hablar de ti antes.

Esbozó otra sonrisa encantadora, con unos dientes blancos y perfectos.

—Royce Fallon. Pronto seré el Alfa de la Manada Litmus —se presentó. Las últimas palabras fueron pronunciadas con una emoción complicada que no pude ubicar del todo, y fue lo que me impidió huir gritando. ¿Desprecio, resignación?

—No pareces muy contento con eso.

—¿Te gustaría sustituir a tu padre? —replicó.

Hice una mueca y él sonrió con simpatía.

—Estuve allí hace cinco años. Vi lo que hizo —reconoció. Escupió, y me calmé. Estaba claro que no era un admirador de mi padre.

—Si hubiera llegado antes, podría haber hecho algo. Podría haber salvado a tu abuelo. Parecía tan arrepentido que era difícil no acercarse y ofrecerle consuelo.

—Pero él también te habría perseguido si hubieras intervenido.

Royce avanzó lentamente y se sentó en un tronco caído con un suspiro. Sabía que yo tenía razón.

—Tus padres son crueles y no merecen liderarnos. Tu manada no te merece.

—Pero el hecho es que… —noté cómo mis mejillas se calentaban—. No podían ir en contra de su alfa.

—Todo el mundo puede elegir.

—¿No estás feliz de asumir la jefatura? —pregunté—. Cuando mi padre se retire y te haga Alfa, ya no tendrá el control. Podrás dirigir mejor la manada.

—Por lo que a mí respecta, la inacción de la manada ese día les hace igual de culpables. No quiero ser responsable de esa gente.

—Podrían ser mejores —mascullé, vacilante, mordiéndome el labio—, con el líder adecuado.

—Tal vez.

Volví a dudar antes de tomar asiento a su lado en el tronco. Volvió a sonreír. ¿Alguna vez dejaba de hacerlo? Sin embargo, no lo odiaba. Sólo le hacía más guapo. Su futura pareja sería una mujer afortunada.

Había algo en él que me hacía sentir relajada, tranquila. Nos sentamos en silencio durante un rato, con las piernas balanceándose debajo de mí. Mis patadas lanzaban pequeñas ráfagas de viento hacia el suelo, hojas y tierra que se arremolinaban en el aire.

—Dime, Juniper.

—¿Sí?

—¿Eres tú quien hace eso?

Sus ojos se abrieron por completo, observando el juego de mi magia mientras pateaba las hojas caídas en una espiral de aire.

Me quedé helada, con el corazón palpitando en mis oídos.

Idiota, idiota, idiota, idiota.

Me miró expectante mientras las hojas volvían a flotar hacia el suelo.

El corazón me latía con más fuerza. ¿Realmente iba a revelar esto a Royce? No lo conocía, pero...

Star, ¿debemos decírselo?

Tardó tanto en contestar que pensé que seguía dándome la callada por respuesta.

Creo que deberías.

Bueno.

Ahí lo tienes.

—Sí.

ROYCE

Magia.

Tenía magia.

Magia elemental.

Magia poderosa y fuerte.

¿Cómo pudo su padre ser tan tonto? ¿Cómo pudo la manada? ¿Tirar un regalo así? ¿Desaprovecharlo? Si no la hubiera encontrado por casualidad, ¿habría permanecido escondida del mundo?

Juniper era útil. Su padre estaba demasiado ciego para ver lo válida que podía ser.

Sin embargo, yo podía hacerlo.

El día en que su padre la dejó de lado en su cumpleaños fue cuando cometió su primer error. Hacerme su heredero por encima de mi hermano fue el segundo.

Dayton pensaba que mi hermano era una decepción. Después de todo, no había conseguido que Juniper se transformara ese día. Jacob fue rechazado. Al igual que había hecho con Juniper, Dayton repudió a mi hermano..

Pero el alfa había reaccionado con rapidez y me había nombrado sucesor en su lugar.

Me pregunté dónde estaría Jacob en aquel momento.

Tal vez se había convertido en un renegado, en un vagabundo de las tierras salvajes.

—Tienes mi palabra. Nadie sabrá lo que puedes hacer —le aseguré.

Sonrió aliviada.

—Sin embargo, no deberías tener que ocultarlo. Lo que eres capaz de hacer, Juniper, es un don. Uno que no debería permanecer oculto.

—Eso es lo que dice mi abuela.

—Es una mujer inteligente. Vi cómo te llevó con ella. Aquel día. Esperaba que te hubiera atendido bien.

—Ella me salvó. Si no me hubiera escondido durante todos estos años, mi padre me habría encontrado y probablemente me habría matado como a... —se atragantó con sus palabras.

—Tu abuelo.

Ella asintió, solemne. El cielo se oscureció cuando las nubes volvieron a entrar. Nos sentamos en silencio durante un rato. La caída de sus hombros me hizo querer rodearla con mi brazo, para consolarla y decirle que todo estaría bien.

Probablemente la espantaría.

—Casi lo olvido. Feliz cumpleaños —dije.

La sorpresa apareció en su rostro.

—¿Cómo lo has sabido?

—Tu cumpleaños es una fecha difícil de olvidar, especialmente después de lo que hizo tu padre.

—Oh. Gracias, creo.

—¿Qué vas a hacer para celebrarlo? —le sonreí, satisfecho de haberla sacado de sus pensamientos momentáneamente.

—En realidad, nada. Sinceramente, te has colado en medio de mi regalo. Hacía años que no salía —explicó. Soltó una risa a medias, escondiéndose detrás de la cortina de su pelo.

Me impactó, pero tampoco me sorprendió. No era de extrañar que nadie la hubiera visto en cinco años. No era capaz de imaginar lo sola que debió estar, encerrada durante tanto tiempo, atrapada en su propia casa...

—¡Tenemos que hacer algo entonces! —exclamé. La agarré de la mano y la puse en pie de un tirón. Me siguió de mala gana, pero con un brillo curioso en los ojos.

—No sé. Debería volver antes de que alguien más me vea.

—Nadie irá corriendo con el cuento a tu padre. Lo prometo. Como heredero alfa, tengo cierta influencia. Por alguna razón, la gente quiere estar a buenas conmigo —le guiñé un ojo.

Se rió, dulce y melódica. Sus mejillas se sonrojaron con un delicioso tono rosado, y tuve que refrenar los impulsos primarios de mi bestia.

Pero no era el momento.

—Entonces, enséñame el camino, futuro alfa —dijo entre risas mientras caminábamos de la mano por el bosque.

JUNIPER

Royce era encantador. Su aspecto tampoco jugaba en contra. Con el pelo alborotado y unos ojos diabólicos que podían tentar incluso a la mujer más casta, era innegablemente atractivo.

Aunque eso pudo tener algo que ver con mi decisión de ir con él, fue algo más que su aspecto lo que me hizo caminar a su lado. Era agradable, simpático, y Starlet no parecía tener problemas con él.

Para mi sorpresa, me guió hacia el interior del bosque. Se movía silenciosamente en comparación con mis pisadas. Cerca, oí el goteo de un arroyo, una melodía tranquilizadora al son del entorno

—¿Adónde vamos?

Me sonrió por encima del hombro.

—A mi casa.

La línea de árboles se rompió de repente y nos encontramos en un claro. Era espacioso y rústico.

Una pequeña cabaña se alzaba en el centro con exuberantes jardines rodeándola. Era impresionante.

Entre los arbustos y las altísimas plantas , me pareció ver a una persona. O varias. Revoloteaban de un lado a otro, recogiendo comida del jardín. Estaban demasiado lejos y ocultos por las plantas para que pudiera distinguir algún detalle, pero parecían seres pequeños.

Cuando se movieron y vi ojos espiando entre las hojas y los tallos, agaché la cabeza. Puede que Royce fuese de fiar, pero eso no significaba que todos lo fueran.

—Vamos —Royce tiró de mí hacia la puerta principal.

El interior era tan rústico como el exterior. Resultaba hogareño y acogedor.

Me daba envidia.

Royce me condujo al interior de la casa, y nuestros pasos resonaron en el suelo de madera. De repente fui muy consciente de su mano alrededor de la mía, de lo grande y cálida que la notaba.

Mi corazón empezó a latir más rápido y temí que él pudiera sentir mi pulso.

Después de lo que pareció una eternidad, llegamos a una puerta. La abrió y la mantuvo abierta, esbozando aquella deslumbrante sonrisa suya. Me miré los pies mientras pasaba a su lado, tratando de ocultar mi rostro tras el pelo.

Las mariposas de mi estómago me tendieron una emboscada y lanzaron su ataque.

Aquel era su dormitorio.

Olía a él.

Di un pequeño respingo al oír el suave chasquido de la puerta al cerrarse.

—Toma asiento —dijo desde detrás de mí—. Siéntete como en casa.

Mis ojos escudriñaron la habitación no poco asustados. El mobiliario era escaso. Las estanterías se alineaban en una pared llena de libros y diarios, y una amplia cama estaba arrimada a la esquina.

Me senté en el borde de su cama, con la espalda recta, completamente tensa. Royce era atractivo, de aquello no había duda. La sola idea de que se acercara a mí me hacía dar un vuelco al estómago.

Yo nunca había besado a un chico. ¿Estaba realmente preparada para algo así?

Royce se sentó a mi lado y su peso hizo temblar la cama. Mi corazón se aceleró cuando me miró fijamente a los ojos.

Me sonrió.

—Por fin estamos solos.

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