Persiguiendo a Kiarra - Portada del libro

Persiguiendo a Kiarra

N. K. Corbett

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Chapter
15
Age Rating
18+

Summary

Kiarra siempre huye de sus problemas, de sus sentimientos, de sí misma. Un día llega directamente a los brazos del misterioso y sexy Aidan Gold. Kiarra no está segura de si quiere arrancarle la cabeza a Aidan o dejar que él le arranque la ropa. De cualquier manera, Kiarra pronto se entera de que Aidan tiene un gran y malvado secreto, y ahora las garras están fuera.

Clasificación por edades: 18+

Autora original: Tacha

Nota: Esta historia es la versión original de la autora y no tiene sonido.

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El restaurante de Marlin

Kiarra

—¡¡¡Belle!!!

La potente voz de mi jefe resonó por todo el restaurante justo cuando estaba rellenando una taza de café para unos clientes habituales.

—Vaya, alguien se ha metido en un lío —Joe se rió mientras yo ponía los ojos en blanco.

—Quién sabe Joe, tal vez finalmente se ha dado cuenta de que mi nombre es la alternativa perfecta a las palabrotas. —Me encogí de hombros y le guiñé un ojo al señor de mediana edad antes de volver a la cocina.

—Él lo sabe desde el día que te contrató, cariño. Hace un mes que no le oigo decir «joder». Pero tu apellido parece ser su palabra favorita —le oí reír por detrás de mí.

Como una dama, le hice un gesto sin darme la vuelta y continué mi camino hacia la cocina, donde sabía que encontraría a mi jefe rojo como un tomate y con humo saliéndole por las orejas.

En realidad no me importaba mucho porque para mí no era más que un trabajo temporal.

El Marlin's Diner, situado a las afueras de la ciudad y con un máximo de cincuenta clientes al día, no era exactamente donde planeaba ver cumplidos mis sueños de ser una camarera a tiempo completo con el salario mínimo.

Tal y como sospechaba, me encontré con mi viejo y gordo jefe de pie con papeles en la mano, rojo como un tomate y con humo saliéndole de las orejas como si fuera una tetera.

—¿Qué pasa, jefe? —Le dediqué una sonrisa inocente que en realidad era irónica, ya que no tenía ni idea de qué mosca le había picado.

La última vez había sido porque me había olvidado de sacar la basura después de un turno de doce horas, la vez anterior fue porque había despotricado delante de un cliente.

Lo siento, pero si alguien responde a mi «¿algo más que pueda ofrecerle, señor?» de una manera condescendiente y bromeando sobre hacerle una mamada detrás de la barra, tiendo a volverme un poco psicópata. Que me demanden si quieren: por lo menos no le ataqué físicamente.

El asunto es que mi jefe se enfadaba por cualquier cosa. Podría haberme olvidado de poner el último de sus cinco terrones de azúcar en el café de la mañana y se pondría como un gilipollas.

—Explícame una cosa, Belle. ¿Qué coño es esto? —Me tiró los trozos de papel a las manos y pude ver cómo le latían las venas en la frente.

Suspiré y eché un vistazo a los papeles. Leí las primeras líneas, miré a mi jefe y puse los ojos en blanco.

—Es obvio que se trata de una demanda presentada contra el restaurante, ¿y qué? —Sabía lo que venía a continuación y ya estaba recogiendo mis cosas en mi cabeza, pensando en cuál sería mi próxima parada.

Quizá una ciudad un poco más agradable era la solución. Esa vez no había sido la peor, pero tampoco la mejor.

—¡Es una demanda contra mi restaurante porque decidiste tirar el puto café caliente encima de un cliente! —En ese momento Marlin estaba echando humo.

Sin embargo, lo encontré divertido más que amenazante.

En realidad, era divertidísimo.

Imagínate un tomate andante de un metro y medio de altura, más redondo si cabe, y tan humeante que en cualquier momento podía convertirse en ketchup.

Me reí de la idea. Me tocaría a mi limpiar semejante desastre.

—Sí, bueno, si recuerdas bien, el tipo me dio una palmada en el culo y me llamó «cachetes dulces», lo que, según todos los indicios, es acoso sexual. Si no me equivoco, le dijiste a ese cabrón que se largara de la cafetería y me dijiste que no había hecho nada malo. Así que... ¿Cuál es el problema?

—¡El problema es esta maldita demanda que tengo ahora contra el restaurante, Belle! ¡Tu temperamento me va a costar caro! Y que me aspen. Si no te sientas frente a ese jurado y les dices a todos que ese cabrón básicamente te violó, me aseguraré de que pases el resto de tu vida pagándome.

Me quedé mirando al gordo bajito que había estado pagando mis cheques durante el último mes y no sentí absolutamente nada, salvo impaciencia por seguir adelante.

—Claro, Marlin, pero tengo que volver a atender a los clientes ahora. Ah, y no olvides que hoy me toca mi paga semanal —dije mientras regresaba de nuevo a la barra.

Era inútil discutir sobre el tema del juicio, no iba a estar allí de todos modos. Sólo necesitaba mi última paga antes de hacer las maletas y presentar mi dimisión.

Lo bueno de que nunca me quedara mucho tiempo en un sitio era que nunca pasaba de los dos primeros meses de formación en el trabajo, así que las renuncias de última hora no eran un gran problema.

El resto del día transcurrió como siempre. Unos cuantos clientes aquí y allá.

Cuando el reloj dijo finalmente que eran las ocho de la tarde, me alegré de ver a Charlotte entrar por la puerta para hacerse cargo del turno de noche.

—¿Qué pasó con Marlin? —Charlotte se estaba atando el delantal mientras me miraba ligeramente divertida y se volvía hacia la cocina.

—Ah, no mucho. El pervertido del otro día presentó una demanda basada en nada. Marlin lo está utilizando para sacarse una pasta. —Me encogí de hombros y le regalé una sonrisa.

Era cierto que Marlin lo estaba utilizando para conseguir un poco de dinero extra. Podía haberme despedido si no creía que podía ganar el juicio y solucionarlo así.

Pero como había cámaras ocultas en la cafetería, que el pervertido obviamente desconocía, Marlin podría rebatirlo con una denuncia por acoso sexual.

Sin embargo, yo ya no estaría ahí, por lo que se resolvería sin que Marlin recibiera un pago.

A él no le haría mucha gracia, pero, sinceramente, el gilipollas no debería intentar utilizar el acoso sexual como forma de cobrar.

Charlotte frunció el ceño por un segundo antes de darse la vuelta y reírse a carcajadas.

—Bueno, estoy lista para empezar a trabajar, así que vete a casa, cariño. Que duermas bien.

Y con eso cogió la cafetera y se dirigió a los tres clientes de la cafetería preguntando si alguien necesitaba más café.

Antes de ir a casa me aseguré de recibir mi última paga de Marlin, cuyo estado de ánimo había pasado de hervir a elaborar cerveza, probablemente contemplando qué hacer con todo el dinero que no iba a recibir.

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